Mayra
señaló que las veces que había ido a Mérida el calor era insoportable. ¡Mucho
calor! Dijo Mayra.
Irma
respondió: Si, es verdad, y permaneció
inmutable hablando de sus anécdotas domésticas.
Para quienes
no conocen Venezuela, Mérida es un estado con un clima muy frío. Las montañas de
los alrededores están nevadas aun cuando estamos en una latitud que corresponde
a una zona tropical. La altura del terreno ocasiona montañas nevadas.
Habíamos
comprobado que Irma no escucha a nadie.
Cada día me
consigo con gente que desea hablar y hablar constantemente sin importar que
siente, piensa u opina quien escucha. Las conversaciones lejos de ser un aporte
de conocimiento, comprensión e intercambio de ideas se vuelven una clase de “monólogos
locos” que sin son ni ton reclaman nuestra atención. Hay una necesidad
desesperada de anular el silencio. Es muy poca la gente que soporta estar unas
junto a otras en silencio. Es muy poca la gente que trata de sentir lo que el otro siente. Es mas, ni siquiera importa. Nos desconectamos inclusive de nosotros mismos. Ni siquiera escuchamos lo que sentimos y tampoco pareciera importarnos.
Hace poco
tiempo a media tarde, en la oficina donde trabajo, escuché una conversación entre
dos hombres en la que uno le contaba al otro el relato pormenorizado de todas
las actividades hogareñas que había realizado la tarde anterior: “busqué los
niños al colegio, fui a donde la vecina a dejarlos mientras buscaba el carro en
el taller, regresé y los llevé a la casa, pasé por el supermercado para
preparar una sopa… etc, etc, etc). Mi mente daba vueltas y muy seriamente y sin ánimos de ofender a nadie
me pregunté: ¿a quién carajo le importa tu vida doméstica?. ¿Por qué hay que
perder tiempo escuchando una serie de detalles fastidiosos de la actividad
cotidiana del hogar de alguien?. Ya no conversamos sino que hacemos interminables
relatos de cosas del pasado que no aportan nada y que no tienen ningún significado
para nadie. El asunto es hablar de algo, sea como sea. Ni siquiera miramos el
rostro de la otra persona a ver si esta interesada o no en lo que estamos
diciendo. Simplemente escupimos toda esa perorata y a quien le caiga, que soporte
como Cristo el mártir. Otro monólogo cotidiano mas...
El silencio
genera ansiedad. Las personas se incomodan y sienten que deben decir algo para mitigar el
ruido ensordecedor del silencio.
Las semanas
siguen transcurriendo. Irma consiguió otra manera de llegar a su trabajo un
poco más tarde, a una hora menos estresante para ella. Quedamos Mayra, Miranda
y yo.
A veces
Mayra debe salir de viaje por cursos que debe impartir en distintas localidades
de la corporación donde trabaja. Me toca compartir con Miranda el silencio. Un
silencio que resulta incómodo para ella
aunque refrescante para mí.
Últimamente Miranda llena el silencio con una frase que repite hasta el cansancio todos los días: “tengo mucho, mucho sueño”.
Intento disfrutar
del mágico sonido del silencio.
No respondo.